Las sociedades delegan en la universidad la tarea de formar profesionales en los diversos campos de la ciencia, con el claro objetivo de sustentar la vida en todos sus aspectos, proveer al bienestar y al desarrollo y hacer posible una convivencia armónica. Así como la función de ingenieros y arquitectos consiste en edificar viviendas, levantar puentes y diseñar caminos, la obligación del médico es la de aplicar sus conocimientos en resguardo de la vida de sus pacientes y propender al restablecimiento de su salud cuando ésta se quebranta. Nadie en sus cabales juzgaría razonable que la formación de estos profesionales se orientara a fines diametralmente opuestos a los descriptos. Sería inadmisible que un ingeniero, en lugar de edificar pusiera su ciencia al servicio de la destrucción o que el médico se erigiera en ejecutor de los enfermos en lugar de intentar sanarlos.Pero así como utilizamos el sentido común para establecer cuál de las conductas referidas es impropia de estos profesionales, históricamente solemos no hacerlo cuando se trata de juzgar la actitud de un minúsculo número de médicos veterinarios que como paliativo al incremento de animales vagabundos parecen más proclives al sacrificio (al que refieren con eufemismos tales como “eutanasia” o “muerte piadosa”) que al mejoramiento de la calidad de vida de estos seres que paradójicamente la comunidad les encomendó asistir y que algún despiadado abandonó a su suerte, o que se prestan a practicar la "eutanasia a pedido" de una mascota para liberarla del sufrimiento provocado por una enfermedad terminal, sin indagar previamente si "el sufrimiento" al que se hace referencia es el del dueño o el del animal.Como si se tratara de una leyenda urbana, es frecuente oír que en algunos antirrábicos o centros de zoonosis se practica la “eutanasia” como método para regular el número de animales allí alojados o como forma de controlar la proliferación de mascotas abandonadas.De verificarse la existencia de esas macabras prácticas, resultaría, cuanto menos, curioso que esos Centros fuesen dirigidos por veterinarios; es decir, por profesionales a quienes la comunidad les encomendó la misión de cuidar la vida de los animales a quienes deciden ejecutar.Está en manos de cada uno de nosotros, como miembros de una sociedad civilizada, exigir enérgicamente que en la República CHILENA se extremen las medidas orientadas a mejorar la calidad de vida del animal y, a su vez, se realice una amplia y exhaustiva investigación, con la libre participación de personas e instituciones no gubernamentales interesadas en el tema, que permita establecer de una buena vez, la existencia o no de sacrificios injustificables en institutos antirrábicos, centro de zoonosis o de cualquier índole para que, llegado el caso, se proceda a la inmediata separación del cargo de los funcionarios que los hubieran autorizado, propiciado, ordenado o llevado a cabo, amén de las sanciones o penalidades que correspondiere aplicarles.No existe justificación valedera para aquel que, encomendado a curar, opte por la muerte.Si se alegara que los animales abandonados representan un potencial riesgo para la población humana, la solución estribaría en erradicar el abandono, realizando censos, haciendo campañas que fomenten la tenencia responsable, la esterilización masiva y la penalización a todos aquellos que dejen animales desamparados, pero jamás la ejecución.Y volvemos a apelar al sentido común: como secuela de una catástrofe natural o una guerra, amplios sectores de una población suelen padecer distintas enfermedades infecto contagiosas, algunas de ellas graves. Ningún médico, director de un hospital o responsable del área de salud se animaría a sugerir siquiera como método eficaz para resguardar la sanidad, el exterminio de los infectados.¿Por qué, entonces hacer oídos sordos cuando exista una mínima sospecha o se denuncie que esta practica abominable es ejercida con total impunidad?La matanza de animales callejeros atenta contra nuestro estilo de vida. Basta con reparar en la cantidad de hogares en los que sus integrantes conviven con uno o varias mascotas, para llegar a esta conclusión.Cuando permanecemos impávidos frente a un burócrata que antepone a sus obligaciones un proyecto personal incompatible con el interés de la comunidad o toleramos que por incapacidad o falta de decisión no cumpla adecuadamente las funciones que le son propias, como sociedad damos un paso en dirección al vacío.Defender la vida de los animales es también defender nuestros valores como seres humanos y sociales.
Carlos Alfonsín
domingo, 23 de marzo de 2008
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